Crítica: Pacto de silencio

“La ruta de las ratas”

Por Valeria Calafati

Tras la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial, el oficial de las SS y criminal de guerra nazi Erich Priebke se ocultó en San Carlos de Bariloche. Y el documental “Pacto de silencio”, estrenado en 2008, dirigido y producido por Carlos Echeverría con el apoyo del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, muestra el escape de Priebke quien a través de la “ruta de las ratas” logra llegar a la Argentina. También detalla cuáles fueron los contactos que avalaron esa huida y cómo, durante casi medio siglo, Priebke vivió cómodamente en Bariloche, amparado por la comunidad germana hasta convertirse allí en una figura relevante de su cultura.

La primera escena muestra a Priebke interceptado a la salida de una capilla, en agosto de 1995. La justicia alemana lo apresará esa misma noche con el fin de extraditarlo por ser el responsable directo de la terrible masacre de las Fosas Ardeatinas, en la que fueron ejecutados 335 civiles en las afueras de Roma, en 1944. Luego será juzgado en Italia y finalmente condenado a perpetua. El momento de la captura sorprende a muchos barilochenses, ya que muchos ni siquiera sabían que allí vivía un ex-oficial nazi. Sin embargo, también son muchos los que sí sabían que ese aparente señor muy correcto, directivo del Colegio Alemán, tenía secretos inconfesables. Así empieza a develarse el pacto de silencio de esa sociedad.

El director aprovecha el “caso Priebke”, para ofrecer una investigación del contexto histórico, desde finales de la Segunda Guerra a la actualidad. Para ello realiza varios viajes a Italia, Alemania y Chile y filma escenas en tiempo real, recopila documentación histórica, imágenes de archivo y consigue entrevistas. Estas últimas se muestran como relato directo, sin las preguntas del entrevistador. Para traer las imágenes ausentes Echeverría recurrirá a la recreación, entre otras para rescatar momentos de su propia memoria, ya que el mismo es nacido en Bariloche y pasó parte de su infancia y adolescencia allí. 

El documental cuenta cómo nuestro país fue para los alemanes uno de los destinos elegidos para refugiarse. Era una “Suiza argentina”, muy parecida en aspecto y aparente neutralidad, con la original. La iglesia católica en Italia y el Estado argentino, con su admiración por todo lo europeo y su simpatía con el pensamiento fascista, facilitaron el ingreso a los alemanes y los acompañaron a establecerse. Los recién llegados se comportarían como los nuevos colonos de la Patagonia y mantendrían sus costumbres, comidas y festividades, su cultura. Los alemanes cercanos al pensamiento nazi, conservarían y replicarían en sus descendientes esa ideología, soñando con la expansión del Tercer Reich y, luego de la derrota, soñando secretamente con su regreso.

Se muestra también el paralelismo de esa época con la de la Campaña del Desierto por la forma de apropiación de la tierra. Los pueblos originarios ya no son exterminados, pero si desplazados y marginados a la periferia. El engaño y el robo parecen perpetuarse. También se muestra el accionar de militares y civiles argentinos, de las “fuerzas vivas”, muchos empresarios admiradores del pensamiento y acción de las milicias nazis, ya sea por banalidades como el culto al cuerpo, como por el accionar más aberrante para coaccionar a quien no los acompañe. Bariloche también es la comunidad que no protegió y olvidó a uno de sus hijos, el desaparecido Juan Marcos Herman, de quien Echeverría relata vida y desaparición en la emblemática “Juan, como si nada hubiera sucedido”.

Echeverría recurre en “Pacto de silencio” a entrevistas cuidadosas, pausadas. Los entrevistados, cómodos, cuentan sus pensamientos, se filtra su ideología y se muestran relatos casi confesionales. Un ejemplo es un ex integrante de la comisión del Colegio Alemán que claramente defiende al pensamiento nazi, negando el holocausto y culpando a la comunidad judía de ser dueña de los medios y de mentir la realidad. Otro es la dueña del hotel que tuvo a Priebke como maître y cuenta que estaba muy satisfecha con su trabajo porque Priebke conseguía que los mozos trabajaran pulcros y eficientemente. Como el “pacto de silencio” en Bariloche no fue homogéneo, también hay otras voces: uno de los mozos que trabajó con Priebke y confiesa el miedo que le provocaba, ya que el alemán había comentado que había sido capaz de cosas atroces.

Hay una escena especial, recreada ficcionalmente, de cuando Echeverría era niño, a sus diez años. Un amiguito le pide que lo acompañe a comprar a “Vienna delicatessen”, la fiambrería del barrio en la cual el fiambrero era Priebke. La sensación es inquietante, porque ese ser le generará una profunda impresión. La mirada fría, el delantal blanco impoluto, los movimientos pausados, calculados. Inspira en sus clientes un respeto exagerado, de miedo. La sensación es que ese hombre no encaja en ese lugar, y su forma de actuar es de alguien que se siente y fue mucho más que un fiambrero. Cuando regresa a su casa y comenta el incidente con su madre, escuchará por primera vez la palabra “nazi”.