
CRÓNICA DE UN EVENTO EN VIVO - LA CALLE
Por Andrés Reyes
En la mañana del 4 de septiembre los vecinos del barrio “Horizontes” se encontraron reunidos alrededor de una escena tan espantosa como estremecedora. Había llamado su atención un fuerte rechinar de neumáticos seguido por el sonido de una abrupta aceleración que se desvaneció rápidamente a medida que un automotor se alejaba dejando una negra nube de espeso humo, justo después que se escuchase un fuerte golpe y un gañido seco, cuyo eco continuaría resonando en los comentarios de los vecinos que presenciaron la escena y que respondían el sinnúmero de preguntas de indignación de la gente que se acercaba.
Absortos en la fatídica sorpresa algunos solo atinaban a cubrirse la cara a dos manos mientras voces de lamento y rabia se confundían con la expresión de asco y horror de los transeúntes que pasaban. Y en el suelo Luiggi, desvaneciéndose en sus últimos segundos de agonía, con su cuerpo desmembrado y bañado en sangre, el espectáculo era escandaloso, ya que se trataba de un perro de gran tamaño, de unos 30 kilos seguramente, su color blancuzco amarillento cubierto por el rojo brillante de la sangre fresca, hacía lucir más siniestro el cuadro, y el vehículo que lo había atropellado rasgo su piel dejando al descubierto viseras y algunos órganos. Un triste y anómalo final para Luiggi, un callejero que ya era conocido en el barrio.
El causante de la tragedia era un secreto a voces, aunque no hubo quien fotografiara el vehículo o anotara la matricula, a las 6 de la mañana, en una Bogotá madrugadora por tradición, la ciudad ya lleva despierta dos horas, o por lo menos la ciudad obrera, la de los guardias de vigilancia, recolectores, buses escolares , oficinistas, los domiciliarios, en fin, a esa hora ya hay muchos ojos atentos en la parada del colectivo, pero también muchos colectivos piratas, que cobran la mitad de lo que cuesta el pasaje normalmente en un transporte legal, pero mecánicamente están en deplorables condiciones, contaminan mucho, su rastro siempre es una espesa nube de polución, ruido estridente de motor mal sincronizado, tan peligrosos que son apodados por sus propios usuarios como los “kamikasis”, no respetan señales de tránsito ni límites de velocidad, pero son baratos y llegan rápido.
Doña Gladys, vecina del sector y quien fue testigo de primera mano del incidente, aseguró: eran como las 5:30 yo vi pasar el kamikasi a toda velocidad y apenas escuche el alarido del perrito voltee a mirar, yo estaba como a una cuadra, y pensé; !mataron al perrito¡, desde lejos lo vi en el suelo tiradito, !Dios mio¡. Estos colectivos piratas circulan desde las 4 de la mañana hasta las 11 de la noche, el transporte público legal va desde las 5 hasta las 10 pm. Para algunos miembros de la comunidad se han convertido en un mal necesario, hay quienes aprueban este sistema irregular de transporte y quienes lo rechazan enfáticamente, para la policía, son “simplemente” una mafia de transportadores ilegales que aunque han protagonizado peleas y varios choques, hacen parte del escenario y de la normalidad del barrio, por fortuna aun sin víctimas humanas.
Pero ellos continúan circulando y las autoridades no toman medidas en el asunto, según la página de la Secretaria de Movilidad de la ciudad, desde el 5 de marzo del presente año se ha emitido una circular para que se prohíba la circulación de estos peligrosos vehículos, sin embargo, hasta el momento no ha pasado nada, siguen circulando y las autoridades parecen no inquietarse por los acontecimientos.
Hoy tristemente Luiggi fue víctima de estos mal llamados kamikasis, pero mañana podrían ser Gustavo y Lizet dos hermanitos de 8 y 11 años que deben cruzar solos la calle para ir a la escuela, o don Ómar, quien fabrica pan en su casa y sale a ofrecerlo en su vieja bicicleta inglesa, reconocido por el sonido metálico de la cadena y la bocina de goma sonando en intervalos de tres pitidos seguidos del ya conocido grito: ¡calientito el pan, llegue que se acaba!
Desafortunadamente el margen de lo que puede considerarse normal o cotidiano, cada vez se extiende más, y rompe sus propios límites de la mano de una comunidad que producto de la necesidad de ahorrarse unos pesos valida ciertas prácticas peligrosas e ilegales; Los constantes aumentos en las tarifas de los servicios públicos, los alimentos y el transporte ocasionan el surgimiento de la ilegalidad como medio de supervivencia. Hoy se recuerda a ese viejo y bonachón perro con nostalgia, despidiendo al bus con ladridos largos y descansados.