“Hoy, Sonia Sánchez es mujer desobediente, anarquista, feminista y abolicionista. Pero, para que exista esta Sonia Sánchez, primero existió una Sonia Sánchez prostituida y traficada en la adolescencia, a los 17 años”, así se nos presentó este lunes 4 de noviembre, minutos antes de su Charla-Taller sobre trata de personas y sistema prostituyente ofrecida en el aula Magna de nuestra casa de estudios. El encuentro organizado por el Seminario de Grado de Derechos Humanos (FADECS-UNCo) y el Colegio de Abogados General Roca y adherido a la Campaña Nacional contra la Trata de Personas concitó la atención de un público amplio y heterogéneo.
Nació en Villa Ángela (Chaco) y a los 16 años viajó a Buenos Aires a buscar trabajo. A los 17 años, cuando pidió un aumento le fue negado por su “patrona rica” por estar sola y no conocer a nadie, y a los quince días tenían a otra chica de su misma edad y haciendo el mismo trabajo. “Ahí quedé en situación de calle, viví cinco meses en la Plaza Once, durmiendo de día en el tren Sarmiento, famoso por su mal funcionamiento, y ahí entró la prostitución en mi vida. Yo no sabía que existía la prostitución, no sabía que existían los varones iban de putas, no sabía que existían los proxenetas, los traficantes de personas, no sabía nada. Mi vida de adolescente era trabajar, cosechar algodón, dejé en tercer año del colegio industrial para trabajar”, nos dijo.
La charla continuó en un tono que en todo momento bordea la más sensible intimidad, Sonia es una sobreviviente que se reconoce como “una mujer construyéndome”, y que no recuerda cómo escapó del prostíbulo “las casitas de tolerancia” de Río Gallegos, que aún existen, en donde fue explotada y traficada sexualmente. Las putas no manejan dinero y menos en los prostíbulos, es el proxeneta el que retira la plata una vez a la semana. Del regreso a Buenos Aires, después de varios meses y con apenas 43 kilos y de las vejaciones que sufrió, no tiene recuerdos. “Cuando dije basta a esta violencia que es la prostitución, que no es un trabajo sino la violación de los derechos económicos, sociales y culturales, fue después de una gran golpiza que me dio un varón prostituyente por decir no a una de esas prácticas sexuales violentas”, dice.
En el libro “Ninguna mujer nace para puta” cuenta que fue la noche más larga, más oscura de su vida, y que terminó siendo liberadora porque esa noche, al entrar en shock emocional, empezó a nombrar a las cosas por su nombre. “Que si yo era puta y tenía un varón que dormía todos los días conmigo, no era mi marido, era mi proxeneta; si yo era puta no tenía clientes, tenía prostituyentes; si yo era puta, la puta de al lado no era mi amiga porque eso no existe en la prostitución; y así, nombrando tiré todo el estereotipo de puta que es la ropa y empecé a nombrar las cosas por su nombre y al día siguiente salí a buscar trabajo”, dice.
Sonia Sánchez comenzó este proceso en soledad, desde hace quince años es una mujer construyéndose desde el abolicionismo y desde el feminismo, desde la rebeldía y desde la desobediencia. “Tuve que hacer un largo proceso para reconstruirme y tener voz propia. Bajo largas duchas, primero tuve que reconocer mi cuerpo, que no conocía porque lo conocía el varón prostituyente; que la vergüenza y el dolor, que es la marca de la puta, no me pertenecía, le pertenecía al Estado, a la sociedad, a mis gobernantes y a los centenares de varones; al dolor lo anestesié para poder construirme; la vergüenza si la trabajé por eso puedo dar el rostro y hablar. Después tuve que aprender a acariciar porque en la prostitución no existen las caricias, existe el manoseo; tuve que aprender a abrazar porque tampoco existe eso en la prostitución. Tener voz propia significa parir tus propias palabras y darle el valor que vos queres. Hoy estoy en un proceso para aprender a desear, para poder a ser una mujer. El día que ya no tenga más dolor, voy a ser libre”.