Era una niña más de la ciudad, que hacía trabajo voluntario en la Biblioteca Popular Julio Argentino Roca. Todo su interés, en aquel momento, era acceder al libro que quería leer, y, sin buscarlo, aprendió a moverse en el mundo de las estanterías. Esta grata vivencia de su ingreso, explica el modo en que fue preservada del trato distante que tuvieron otros. Una experiencia que fructificó en el modo con que Marcela Domínguez, Directora de la Biblioteca «Ernesto Sábato», de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y de la Facultad de Lenguas, desempeña hoy su trabajo.
Nuestra entrevistada hace 30 años que trabaja en la Universidad Nacional del Comahue, 26 de los cuales los cumplió en la FADECS. Se formó académicamente en la universidad, es egresada de la Facultad de Humanidades, donde terminó su carrera en el Profesorado en Letras. Su desempeño, tanto como estudiante como trabajadora, en su doble función de profesora y no docente, dentro de la casa de estudios le permitieron construir buena parte de su existencia.
Al final optó por uno de ellos y por su vida familiar, una decisión en la que influyó el hecho de concentrar las horas en un solo lugar, además de ser una actividad que conocía bien, ya que la realizaba desde los 20 años. En un principio comenzó su tarea en la biblioteca de la Facultad de Humanidades, donde estudiaba. Con su amor por los libros y por la lectura fue aprendiendo de a poco la función técnica, una vez más la pasión puesta en lo que hacía le permitió conjugar ambas cosas.
En los ’80 durante sus años de alumna, integró una generación signada por la apertura democrática, la formación de los primeros centros de estudiantes y los primeros consejos consultivos. La compleja trama de las impugnaciones a aquellos docentes que ocuparon cargos en la dictadura militar y «que habían sido también nuestros docentes, porque habíamos estudiados en aquella universidad».
Años más tarde empezó a trabajar en General Roca, la directora de la biblioteca era Gladys Castro, cuya renuncia le permitió acceder a la dirección y, al tiempo, se decidió a estudiar la carrera en La Plata. «Tengo toda una historia dentro de la universidad y eso hace que como institución me atrape. No sólo hice mi carrera de grado sino que desplegué mi militancia estudiantil y mi desempeño en el claustro no docente, vale decir que tengo toda una vida acá en la institución», resume.
Para referirse al presente Domínguez explica que «hay un grupo de trabajo, somos seis personas, todos absolutamente comprometidos con el trabajo que tenemos. Ellos son María Cristina Ibarra, Patricia Candia, Oscar Kisnerman, Verónica Mercado y Horacio González. La atención está pensada de manera grupal, donde, por su puesto, hay responsabilidades individuales, pero todo está coordinado de modo tal que cada cosa se desarrolle en forma integrada».
El edificio de la biblioteca se construyó en 1993, unas instalaciones que fueron pensadas por el grupo que se desempeñaba en aquel momento. Al poder participar en el diseño e idear cómo querían que fuera el espacio, se decidieron por una biblioteca de estantería «abierta».
«En aquel momento fue una novedad, incluso a nivel nacional, de la que al principio no nos habíamos dado cuenta. Luego, producto de mi formación en La Plata, al contarlo y mostrar fotos comprobamos que fue, si no la primera, una de las primeras de estantería abierta a nivel académico. No había bibliotecas así en las facultades de las universidades nacionales», explica. Por otro lado, que estuviera el roquense Juan Carlos del Bello en la Secretaría de Políticas Universitarias, les permitió conseguir el sistema de seguridad de alarmas para poder proteger los libros.
Este concepto de sala de lectura parlante más amplia que la silenciosa, se adoptó por entender que esta es básicamente una facultad de ciencias sociales, donde los lectores necesitan trabajar con otro compañero, dialogar, intercambiar ideas. «Queríamos ofrecerle ese espacio y que tuvieran la libertad de acercarse a los estantes y elegir la bibliografía que querían leer. Nosotros, por edad, tuvimos la otra experiencia, la de ir a una biblioteca y que nos digan «qué leer, hasta dónde leer, y si lo íbamos a leer».
Por eso se creó un espacio distinto, en función de los lectores, democrático, con autonomía para los alumnos y con libertad de lectura. Lo que primó fue el convencimiento de ser «el apoyo fundamental desde lo académico como lugar de aprendizaje, y, al mismo tiempo, que la facultad ofreciera un espacio social, que de hecho lo es el bar, pero como ámbito de discusión. No nos equivocamos porque, en la práctica, nuestros estudiantes lo eligen». Esto se puede apreciar desde las 8 de la mañana, que es la hora en que abre sus puertas, hasta que se cierra a las 9 de la noche, de lunes a viernes. No hay un lugar en las mesas que, por supuesto, se comparten aunque sus ocupantes no se conozcan.
Hoy se piensa en abrir una sala de lectura al aire libre, aprovechando el clima sano del valle. El proyecto se concretaría a continuación del edificio actual, hacia el lado de la radio (Antena Libre). Así se compensaría la falta de espacio, pero también se busca dar respuesta a los estudiantes que vienen de lejos (por ejemplo de Neuquén), muy temprano a la mañana. «Ellos pasan el día acá, con lo cual tenemos que ofrecerles ese lugar donde permanecer, estudiar, hasta la hora de su cursada o su mesa de examen. Por eso tratamos de generar un entorno estéticamente agradable, contenedor, con buena calefacción en invierno o fresco en verano, para que tengan ganas de quedarse».
«Es de conocimiento público que la Universidad Nacional del Comahue tiene una gran dificultad presupuestaria, que es histórica, y que por lo general se cubren las necesidades inmediatas, necesarias y urgentes. Pero hay alternativas de mejora que se presentan de manera inesperada. Una de ellas, por ejemplo, es haber recibido la donación de la biblioteca completa del profesor Demetrio Taranda, que falleció hace un año».
Este profesor dejó explícitamente aclarado que toda su biblioteca fuera para los alumnos de la carrera de Sociología y, en tal sentido, se destaca de manera diferenciada como una colección especial, con el nombre del docente. Al recibir el material se sorprendieron por la cantidad y, sobre todo, por la calidad de los libros. Si bien su indicación en vida fue que se destinara a sus alumnos de sociología, al ser una biblioteca de estantería abierta, permite que cualquier lector pueda acceder a ella.
Otros profesores que donaron sus bibliotecas personales son Julio Lasala, Natalio Kisnerman y su señora Luisa. «Así, vamos incorporando libros muy importantes, por diversas razones, porque ya no se editan, por su contenido o por su costo. Pero, además, contienen la lectura, en el subrayado, en las marcas que tienen esos libros, de nuestros docentes, tan importantes dentro de la facultad para los alumnos. Esas marcas indican una suerte de segunda lectura que uno puede rescatar».