Los miércoles a las 14, Nelly entraba al aula 11 a dictar «su materia más amada», la cátedra de Semiótica. El pasado miércoles 15, a la hora establecida, quienes fueron sus alumnos estaban allí, pero también sus compañeros de trabajo, profesores y no docentes, y autoridades de la FADECS.
Un grupo humano que, al decir de uno de los presentes, «no la pondría contenta ser el motivo del encuentro, aunque sí el hecho de verlos a todos juntos». Así fue el homenaje a Nelly Sosa, fallecida el 14 de octubre pasado, con una modalidad fuera de protocolo, aunque con la presencia de la Vice Decana Ana Matus, el Secretario de Ciencia y Técnica y Relaciones Internacionales, Alejandro Rost, y el Director del Departamento de Comunicación Social Marcelo Loaiza.
Sus compañeros y amigos, movidos por su legado, quisieron simplemente recordarla con cariño. Sin embargo, la fuerza de su figura hizo aflorar numerosas anécdotas devenidas de 50 años de amistad. Su implacable figura sostenedora del Departamento de Comunicación Social, su afán por mejorar la carrera y su permanente práctica investigativa en el aula fue evocada por la profesora Alicia Bosani.
La bondad y el servicio a los demás fueron sus signos de convivencia, expresó el profesor Juan Carlos Bergonzi, un privilegio para sus alumnos, nacido de un poco frecuente compromiso con el trabajo que se transmitía de una manera apasionada. Con sentida emoción, la profesora María Palmira Massi la recordó como «una maestra, una amiga, una madre», con quien compartió viajes, horas de investigación, mates, y a quien se extraña desde lo personal y lo humano.
Uno de los integrantes de la nueva generación de profesores, Adrian Barsotti manifestó ser «su triple heredero», como alumno, como compañero de trabajo, y, desde su partida, al frente de la cátedra. La profesora Lucrecia Reta destacó que con Nelly «se podía construir desde el disenso, aunque, al fijar la fecha de un parcial, no aflojaba ni un tranco de pollo.»
El dolor por su ausencia no disminuye, tampoco su imagen de mujer íntegra que siempre se preocupó por construir para el otro. Una nobleza de carácter que se podía reflejar en su clásico saludo «¿como estás corazón?» o al afrontar con humildad que algunos le quitaran el saludo debido a su amplitud de criterio. Su voz pervive en los presentes, con ternura parece decirles «para qué pierden el tiempo conmigo», y ellos saben por qué, porque «quería, pero se dejaba querer».