Por Natalia Puertas
Sentadas en las escaleras frente a un río que no era un río cualquiera, sino el río que las acompañaría para siempre desde esa tarde, al grado cero de su conciencia, estaban ellas. El agua calmaba pero de a ratos las encandilaba. Sobre la superficie brillaban como cintas de casete cosas que todavía no se entendían, y aunque las carpas saltaban por mariposas y predijeron la desilusión, nadie escuchó.
Estoy embarazada dijo su amiga, los ojos fueron del río, no se miraron. Ella no preguntó, no sabía que tenía novio. Solo comprendía que a partir de ahora su amiga no sería la misma. Como una especie de peso en los pies, todo se sintió con presión y fue una sensación que se detuvo y punzó.
La foto siempre fue un recuerdo de una especie de poética de la precariedad. Una gillette escondida debajo de las uñas. Eran niñas todavía. Fue un secreto. Siguieron compartiendo la escuela. Ella no dijo que sabía, acompañó.
Vino el cambió de escuela, los cumpleaños, el boliche. Tiempo después comprendió que la náusea de esa tarde fue un atragantamiento de vida.
El río sigue escuchando historias, las mujeres saben que esta escucha comunica, en un escalón de una escalera, en una esquina, cosechando, planchando o mirando alguna cosa, como las carpas que al saltar despliegan agua como cintas de casetes. Y las niñas… las niñas siguen cardando con sus cuerpos las historias de sus vidas.