
RECUERDOS DE LA INFANCIA
Por Mariana Carnese
Los sábados y domingos Mariana se despertaba temprano, como cualquier otro día de la semana, y mientras desayunaba junto a su hermana planificaban la agenda de juegos del día. Les gustaba disfrazarse: odaliscas, superhéroes o heroínas, bailarinas y hasta oficinistas. Saqueaban a escondidas el placar de su mamá y con pañuelos, collares, tacos, camisas; siempre improvisaban algo.
Luego se empezaban a escuchar los primeros acordes que brotaban del antiguo equipo de música de sus padres. Desde boleros a tangos o baladas románticas se escurrían sin tropiezos por todas las habitaciones de la casa.
Hasta el día de hoy, Mariana guarda alguno de esos temas en su playlist, como My Sweet Lord, de George Harrison, y automáticamente se traslada en el tiempo a su casa de la infancia.
Con la música empezaba la actuación de las hermanas. Esos espectáculos eran “a lo grande”, montaban un show de lo más variado: canto, baile, actuación y por supuesto no escatimaban en vestuario y maquillaje. El escenario era un gran cuadrilátero en el living delimitado por un sillón de 3 cuerpos que hacía a las veces de “tribuna o platea” enfrentado a dos sillones individuales, uno en cada esquina.
Si ese día tenían visitas, era un hecho que ese pobre niño o niña iba a caer en las fauces de ese dúo actoral y terminar envuelto en alguna chalina desempeñando un papel en aquella función hasta que llegara la hora de marcharse.
Su infancia, en aquella cálida y hermosa casa, siempre tuvo música, la que acompaña sus buenos recuerdos.